Cities of translators Buenos Aires Signos tirados por los vientos
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Signos tirados por los vientos

Camino de mañana, con luz diáfana y aire cálido, pero buscando salir a una hora todavía lo suficientemente temprana como para pasear antes de que se hayan llenado los cafés que bordean la plaza con sus mesitas sobre la vereda, sus parasoles, el ruido de cucharitas contra cerámica y charlas de amigos. Camino alrededor de la plaza: sus juegos infantiles en el centro, los árboles añosos una presencia benévola que echa sombra, frescura, y la sensación de una vitalidad calma de seres que sobreviven y perduran más allá de los cambios de las estaciones y a pesar de las tormentas, las ráfagas, los achaques de la vida.

Estoy en Plaza Castelli, en el barrio porteño de Belgrano R. En el piso, las hojas muestran formas tan variadas que parecen un alfabeto que no sé descifrar. Son largas y finas, o anchas y lozanas, son tridentes puntiagudos, abanicos abiertos, o encorvados. Si estuviera conmigo un botánico me susurraría la lengua secreta de estos árboles de mi barrio: los autóctonos tipa y ombú, los foráneos eucalipto, plátano y ginkgo. Pienso en estos árboles, que se elevan nobles y fornidos sobre los pequeños bancos del parque, los toboganes coloridos, y sobre mí caminando temprano a solas. Las hojas caídas en tal abundancia y diversidad me generan una curiosidad, que a su vez forma una inquietud y formula una pregunta: ¿estos fragmentos caídos en una suerte de mosaico colorido pero azaroso, son una pérdida o un regalo? Pienso que “las hojas” son unas palabras en español que remite también a papeles, y por ende me recuerda a manos que, con hojas de papel, hacen y atesoran cartas, cuentos y memorias. Se me hace que estas hojas – con sus formas como las letras de lenguas demasiado exóticas y mezcladas entre sí, signos raros tirados y traídos por los vientos, el tiempo, y el azar – son como las notas de las lenguas de los inmigrantes que pasaron y pasan por aquí. Miro hacia arriba y veo las copas de los árboles con su despliegue de verdes, los conjuntos de hojas vivas aproximándose mucho, para casi tocarse, sí, pero jamás superponerse. Timidez arbórea se llama esa generosidad entre individuos de la misma especie, compartiendo entre sí la nutritiva luz del sol, mientras aseguran también que cada uno tenga acceso a la vida.

En los alrededores de la Plaza Castelli, conviven con el español particular de Buenos Aires las huellas de muchas olas inmigratorias diferentes. Están bien perceptibles la lengua y la arquitectura de los ingleses, quienes, entre otros negocios vinieron a construir y a administrar los ferrocarriles. Sobre la calle Virrey del Pino se encuentra la residencia del Embajador de Japón, cuyas celebraciones de fin de año reúnen a representantes de la colectividad japonesa de todas partes de Argentina. A la vuelta, sobre la calle La Pampa, opera la escuela oficial japonesa y a dos cuadras de allí, siguiendo por La Pampa hasta girar a la izquierda sobre la calle Freire, se encuentra la Pestalozzi Schule, colegio bilingüe alemán. Justo es el cruce de mi propia identidad: hija de una japonesa y un descendiente de alemanes, criada en un país angloparlante.

El semanal alemán Argentinisches Tageblatt en un kiosko

Volviendo a mi paseo, me detengo en un kiosko de revistas y descubro que, entre los títulos en español, están los del Argentinische Tageblatt, un semanario en alemán de más de 130 años de existencia. Compro el Tageblatt y luego de tomarme un café mirando las vías y los trenes que van hacia el norte y el centro de Buenos Aires, me dirijo caminando hacia el Pestalozzi Schule y me impacta lo tangible que puede ser el accionar de una sola familia sobre el curso futuro de todo un sector de la colectividad germano-parlante. Johann Alemann fue fundador de aquel diario, y su hijo Ernesto, que lo supo continuar1, fue un fundador de ese colegio.

En la Pestalozzi Schule una Stolperschwelle recuerda los perseguidos por el nazismo que pudieron terminar la escuela ahí

El portón de entrada de la escuela es amplio, airoso, lleno de luz y de la alegría de voces juveniles. El logo del Zentralstelle für das Auslandsschulwesen acompaña al de la Ciudad de Buenos Aires. Un bonito jardín asoma a la derecha ni bien uno llega, y allí, situado en la entrada, se encuentra el primer Stolperschwelle instalado fuera de Europa. Desde 2017, reza una cita llena de gratitud y de memoria tan histórica como íntima, un poema de una ex alumna Margot Aberle Strauss, escapada del nazismo, acogida por las leyes inmigratorias de la Argentina, educada en la Pestalozzi Schule. Strauss honra a los fundadores de aquel colegio y los docentes quienes allí le permitieron volver a tener y sentir “Geborgenheit”. La palabra en alemán me llama la atención; me sorprende y me agrada cuando veo que para la traducción al español aparece no el concepto de “seguridad” sino la más suave pero a su vez más potente opción, terriblemente tangible a contraluz de su historia: “amparo”. Cuando en 1933, llegó la orden de expulsar a los judíos de los colegios alemanes en Buenos Aires, Alemann y otros gestionaron la apertura del colegio Pestalozzi. Así aseguraron una educación en lengua alemana a la par de la convivencia y el respeto mutuo en diversidad.

A unas 20 cuadras de allí y yendo hacia la avenida del Libertador, casi como si fuera una respuesta o una expresión de memoria vigente en la tela misma de la ciudad, podemos encontrar arte urbano en la pared perimetral de la Embajada de Alemania (Villanueva y Olleros). El gran cuadro de la ochava hace homenaje evocando el Muro de Berlín, y otra pintada al lado nos convoca, en español, al reto: “construyamos puentes, no muros”.

Cuadro en el muro alrededor de la Embajada alemana en Buenos Aires

La inmigración alemana a estas latitudes es de larga data. Estudios del Centro de Documentación de la Inmigración de Habla Alemana en la Argentina indican que la inmigración alemana con consistencia hacia Argentina se inició a partir de 1870, aunque hace casi 500 años, uno de los fundadores de Buenos Aires fue un alemán, Ulrico Schmidl. Y el barrio de Palermo nos ofrece, en una plaza nombrada justamente “Plaza Alemania” un gran monumento titulado “Riqueza Agropecuaria de Argentina”, que fue el regalo majestuoso que le hizo la colectividad alemana a su país anfitrión en ocasión del centenario de la República Argentina en 1910. Lo encuentran en la Avenida del Libertador entre Avenida Casares y la calle Cavia, en Palermo Chico.

Donado por inmigrantes alemanes: un monumento en la Plaza Alemania de Buenos Aires

Un resultado de la práctica con la experiencia de vida en ambas lenguas, es la notoria cantidad de escritores argentinos contemporáneos cuya ficción puede abrir camino hacia una bi-culturalidad arraigada en la inmigración y el bilingüismo. Se trata de novelas con personajes, a veces en base a historias familiares, que fueron o son inmigrantes de habla alemana. Imposible de nombrar a todos, pido me comprendan la falta de una lista integral, pero al menos se podría empezar con ejemplos argentinos contemporáneos como la narrativa de Vlady Kociancich, Ariel Magnus y Patricio Pron. Notoria también sería una virtud que nace justamente de la proximidad con vivencias de la violación de derechos humanos y los peligros del autoritarismo: con sensibilidad respecto de todos los matices, estas obras literarias ahondan y complejizan de manera iluminadora, algo que sería imposible sin la lucidez de la mirada tan cercana del testigo.

La antigua residencia de la escritora argentina Victoria Ocampo, hoy un espacio cultural del Fondo Nacional de las Artes de la Nación Argentina

Este problema (o desafío, u oportunidad) me lleva a otro punto en el paseo: desde la Plaza Alemania un camino de apenas seis cuadras nos conduce hasta a la Casa de la Cultura, antiguamente la residencia en la ciudad de la escritora Victoria Ocampo y ahora administrada por el Fondo Nacional de las Artes de la Nación Argentina. La casa es una excepción de racionalismo en bloques blancos influenciada por Le Corbusier y rodeada por mansiones de estilo neoclásico en uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires. Durante años, allí, en salas ubicadas en el piso superior, los editores y asistentes trabajan con Victoria Ocampo en la publicación de la renombrada revista Sur. La revista también buscaba armar circuitos nuevos para la circulación y el intercambio cultural, desde Argentina hacia el mundo y viceversa. Aunque principalmente focalizada en Europa, la publicación también incluía autores y textos de Asia y Medio Oriente y de otras partes de las Américas. Claramente el trabajo de traducción era central.

El interior de la antigua Casa Victoria Ocampo. Aquí se reunía la redacción de la influyente revista literaria SUR

Durante la década del 1950, se re-energizó una búsqueda por encontrar y traer en traducción la nueva producción literaria de distintas partes del mundo. En los 1960, se publicó una triple edición de poesía y narrativa contemporánea alemana, incluyendo obras de la austríaca Ingeborg Bachman y del alemán Volker Braun.

En 61 años de trayectoria, hay un número de Sur dedicado exclusivamente a la literatura japonesa. Merece considerarse a la persona a quien se debe su existencia, alguien que encarna en su propia vida las dotes que llevan a la capacidad de traducir con elocuencia y precisión: Kazuya Sakai es su nombre. Nacido en 1926 en Argentina, de padres inmigrantes de Japón, fue enviado para escolarizarse a Tokio. En 1951 habiendo completado los estudios universitarios (en arte y literatura), regresó a la Argentina. Sus aportes a la traducción de la literatura japonesa tienen un doble valor: por un lado, realizaba traducciones directas en vez de a través de una lengua mediadora como inglés o francés que llevaban ya décadas de formación de “cánones” o “selecciones” de literatura japonesa en traducción.

Número de la revista Sur dedicada a la literatura japonesa

Por estos días, editoriales independientes, como por ejemplo Adriana Hidalgo Editora que publicó a Minae Mizumura, a Michitaro Tada, a Mori Ogai, están invirtiendo en las traducciones realizadas a cuatro manos, o sea por dos hablantes nativos, uno de cada lengua. De esta manera se elabora la nueva versión en un dinámico intercambio de tonos, con aciertos y alternativas hasta dar con el justo término que satisfaga a ambos. Una novedad en este tipo de esfuerzo es un emprendimiento nuevo: También El Caracol, que insiste en el mismo sistema, con hablantes nativos de ambas lenguas, y que busca salvar las brechas que han dejado las traducciones previas. De esta manera rescatan del olvido al cuentista contemporáneo y amigo de Kawabata, Riichi Yokomitsu. Kazuya Sakai lo identificó para inclusión en el número 249 de Sur, pero la traducción no la hizo, sino que es una mediada a través del inglés. No así esta nueva versión, traducida directamente y en equipo por Masako Kano, Mariana Alonso y Gabriela Occhionero.

El Jardín japonés de Buenos Aires

Hay que pensar que en un paseo para contemplar la historia de la colectividad japonesa en Buenos Aires no se puede hacer de la misma manera que con lo focalizado, puntual y homogéneo que muestra en la ciudad la colectividad alemana. Si bien hay sitios de indisputada relevancia para toda la colectividad, como por ejemplo el Jardín Japonés, curiosamente contiguo a la Plaza Alemania (una coincidencia que sólo tiene sentido en este texto), el paseo para dar a conocer cómo ha sido la trayectoria de los inmigrantes japoneses, nos llevaría por todos los barrios de la ciudad. A mí, acostumbrada a ver las colectividades aisladas en zonas urbanas concentradas para sus miembros – por aquí el barrio japonés, por allá el barrio italiano, más allá los chinos o los polacos, etc –, llegar a Buenos Aires me dio la sorpresa de encontrar una colectividad japonesa bastante unificada, consciente de sí y de su lengua, pero integrada y atomizada en la geografía urbana. Cada barrio tenía una tintorería japonesa, y hasta hace poco cada tintorería se manejaba con los códigos japoneses para tratar a los clientes, llevaban nombres japoneses, y reflejaban un pasado reciente de compartir conocimientos para quienes llegaban recién y con las manos vacías. Tintorería Sakura, Tintorería Tokyo, Tintorería Kokeshi. Cuentan que en su punto máximo, hace unos cincuenta años, la cantidad de tintorerías con dueños oriundos de Japón trepó hasta superar 5000 en toda la Argentina. Luego las jóvenes generaciones se fueron educando, logrando otras carreras y destinos profesionales.

Muchos inmigrantes japoneses abrieron tintoterías

Pero hubo una vez un barrio japonés. En el sur de la ciudad, entre La Boca y Barracas, dicen, o entre Barracas y Constitución. Eran un par de cuadras en una zona más bien fabril. Un bar, una cafetería, y conventillos o viviendas colectivas. Pero duró poco. Enseguida los recién llegados se fueron integrando a la red urbana. Hasta sus huellas se han vuelto frágiles, efímeras. Sin embargo, la colectividad japonesa en Buenos Aires tiene todavía su diario, denominado La Plata Hochi que por aquellos años publicaba desde su sede en el barrio de Constitución las páginas en español y en japonés. A 15 cuadras de ahí, en Avenida Independencia 732, se compilaban testimonios para la Historia del Inmigrante Japonés, en oficinas prestadas de la Asociación Japonesa Argentina. La AJA es hoy un centro comunitario; se enseña idioma japonés, karate, incluso he visto clases de origami, sumie, ikebana…vocabularios sensoriales y kinéticos de la sensibilidad japonesa. Y hay un restaurante bastante concurrido, con hermosa luz, aromas deliciosos, sabores delicados y suculentos – la comida es también un idioma. Hace pocos años, la AJA dio inicio a un proyecto de memoria: abrieron un espacio para recibir y conservar documentos y objetos. Se trata del primer Archivo Histórico de la Colectividad Japonesa en la Argentina, y es de libre acceso y gratuito para cualquier visitante.

El centro cultural de la Asociación Japonesa en Argentina

En este paseo he cruzado en diagonal esta enorme ciudad de América del Sur, urbe impactada y enriquecida por la inmigración desde hace generaciones. Aquí la traducción y la creación literaria hacen que se encuentren y se entiendan una variedad de culturas.

Vuelvo a mi barrio con algo de luz aún. El sol del atardecer es más suave sobre los árboles de la Plaza Castelli. Veo de nuevo las hojas en movimiento, y ya no me generan aquella pregunta de si son una pérdida o un regalo. Siento la certeza de que esta mixtura de letras y de lenguas tiene sentido, es coral, casi armoniosa, en una ciudad de traductores que comparten pasado y presente, sin timidez y en comunidad.

 

Fußnoten
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Anna Kazumi Stahl (Shreveport, Louisiana, Estados Unidos, 1963) es una escritora estadounidense. Obtuvo un PhD en Literatura comparada de la Universidad de Berkeley y vive desde 1995 en Argentinien. Escribe casi exclusivamente en castellano. Su primer libro fue una colección de cuentos, Catastrofes naturales (1997). Su novela Flores de un solo día (2003) fue finalista del Premio Romulo Gallegos. Es también una activa traductora. Enseña Escritura creativa en la NYU de Buenos Aires, de la que es directora desde 2014.