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Turbulencias productivas

En un libro imprescindible sobre la traducción de la literatura brasileña, Traducir el Brasil. Una antropología de la circulación internacional de las ideas1, Gustavo Sorá desarrolla una serie de argumentos contundentes sobre el mercado literario, los agentes literarios, y la incidencia de procesos históricos y culturales en la historia de la traducción de textos brasileños en la Argentina. Más allá del relevamiento exhaustivo de traducciones, textos, ferias, autores, traductores y otros datos concretos, lo que me interesa del libro de Sorá es todo aquello que puede desprenderse de esos datos materiales y que iluminan zonas de la traducción, y sobre todo de la traducción literaria, que no siempre, a pesar de bastante obvias, son tenidas en cuenta. Y es que al traducir un texto no simplemente se traduce a una lengua sino, sobre todo, a una literatura, y así como ese texto traducido genera efectos en la literatura de “destino”, el hecho de la traducción produce a su vez también efectos en la literatura de “origen”.

Tapa de la primer edición de la novel Vidas secas (1938) de Graciliano Ramos. (http://graciliano.com.br/site/obra/vidas-secas-1938/)

Hay una anécdota que condensa ese doble movimiento de mutuas turbulencias productivas producidas por la traducción. En el archivo de su investigación, Sorá descubre una correspondencia entre Benjamín de Garay, uno de los más activos traductores argentinos del portugués durante las primeras décadas del siglo XX, y Graciliano Ramos, el gran escritor modernista brasileño. Garay – cuenta Sorá – le pide a Graciliano que le envíe para ser traducidas y publicadas en la Argentina, “historias del nordeste, cosas regionales y pintorescas”. Es muy probable que Garay se hubiera inspirado para el pedido en algunos de los “cuentos” que Ramos por entonces estaba publicando en el Brasil y que solo posteriormente, luego de haberse ido acumulando como partes de un caleidoscopio distribuido en varios textos escritos desde la perspectiva de distintos personajes del nordeste, conformarían la gran novela modernista del regionalismo brasileño, Vidas Secas. Esa “novela desmontable” – como la llamó un crítico perspicaz – rompe con la cronología lineal y la concentración en un narrador en tercera persona monocorde y distante típicas del regionalismo brasileño para desplegar en varios puntos de vista diferentes una auténtica producción modernista que, al estilo de James Joyce o Virginia Woolf, fragmenta el mundo en una miríada de percepciones subjetivas. Solo que esta vez – y he aquí la gran conquista – para mirar el árido sertón brasileño y las consecuencias dramáticas de sus sequías periódicas.

Quizás si Garay no hubiera insistido en que quería “más historias del nordeste” como aquellas que por entonces Ramos no sabía eran capítulos de una novela, Vidas Secas no hubiera llegado a concretarse. Claro que esto es una obvia ficción crítica; lo que me interesa no es su verdad o falsedad – ambas, por otro lado, incomprobables –  sino la evidencia de cuánto la traducción a otras lenguas provoca en las literaturas “nacionales” y en los campos literarios transformaciones que trascienden las fuerzas internas a las fronteras nacionales de conformación de un canon.

Pero dije antes que traducir es, más que traducir a una lengua, traducir a una literatura. No solo porque el ingreso de ese texto foráneo en una literatura en lengua extranjera viene a irrumpir en un canon diferente, y despliega allí dispositivos, contenidos, y “hablas” – ya no lenguas, sino registros, idiolectos y hasta refranes diversos- hasta entonces desconocidos que obligan –o deberían obligar - a la lengua de recepción a abrirse y buscar inspiración en su propia literatura nacional para poder dar cuenta de esas novedades extranjeras.

Como traductora de Vidas Secas a comienzos del siglo XXI, recuerdo haber tenido que buscar inspiración en la lectura de escritores argentinos (como por ejemplo Héctor Tizón que sin dejar de apelar a “historias regionales” habían abrevado sin embargo en todas las aguas de la modernidad literaria para poder traducir a la literatura argentina – y no solo al castellano – las piruetas simultáneamente regionalistas y vanguardistas del gran Graciliano.

El orígen de la división lingüística: el mapamundi de Cantino (1502) ya muestra la frontera entre las reivindicación territoriales españolas y portuguesas sobre las Américas aún no totalmente "descubiertas".

 

En distintos momentos de la historia literaria argentina, las sucesivas “olas inmigratorias” de textos brasileños traducidos desde la Argentina provocaron una serie de efectos que, si en estas costas provocaban transformaciones de nuestro canon literario, del otro lado del “Tratado de Tordesillas” de la literatura latinoamericana, producían también otros movimientos de placas tectónicas de legitimación y deslegitimación de nombres y posiciones. Si durante los años 30 del siglo XX la internacionalización de la cultura de izquierdas y los exilios de los escritores brasileños en la Argentina (como el caso de Jorge Amado y argentinos en el Brasil no sólo explican las traducciones, sino también el tipo de intercambios que se realizan, basta leer los títulos traducidos en los cargados años de 1960 (Burguesía y proletariado en el nacionalismo brasileño, de Helio Jaguaribe,  El libro negro del hambre, de Josué Montuello, La crisis del desarrollismo y la nueva dependencia, organizado por Teotonio dos Santos y Helio Jaguaribe) para entender cómo las problemáticas políticas y sociales de esos años, transnacionales pero sobre todo latinoamericanas –como la cuestión agraria, el desarrollismo y la modernización– pautan no sólo la selección de títulos sino también el lugar atribuido al Brasil en ese período como gran cantera de ideas y de intelectuales que pueden pensar estos problemas.

A partir del año 2000, por poner una fecha redonda, las traducciones de textos brasileños contemporáneos se multiplicaron y diversificaron – tiene que ver entre otras cosas con la llamada profesionalizacuón del campo literario, con las participaciones den Brasil en ferias del libro, los agentes literarios y los fomentos a la traducción. Aunque claramente no dejaron de traducirse textos del pasado y clásicos, un gran interés por lo que en esos mismos momentos estaba siendo publicado en el Brasil pareció despertar de la mano de un renovado interés, no solo en la Argentina o en el Brasil, sino en el mundo entero, por la literatura y, en un sentido más general, el arte contemporáneo.

En la literatura argentina, creo que esa nueva ola de textos brasileños ayudó a crear una suerte de sincronía de las dos literaturas que hasta entonces solo había ocurrido en pocas ocasiones de la historia. No me parece descabellado decir que esa sincronía hizo además que la literatura argentina se convirtiera, gracias a esa inyección de literatura brasileña contemporánea traducida, en una literatura otra.

 

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© Maite Fernández

Florencia Garramuño recibió su PhD en Romance Languages and Literatures de Princeton University. Dirige el Departamento de Humanidades de la Universidad de San Andrés, y es investigadora independiente del CONICET. Recibió en 2008 la beca John Simon Guggenheim. Entre sus libros se cuentan Modernidades Primitivas: Tango, Samba y Nación, La experiencia opaca, y Mundos en común. Ha traducido textos de Silviano Santiago, Clarice Lispector, Graciliano Ramos y Ana Cristina Cesar, entre otros.

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