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Pasión recurrente

Estatua de Clarice Lispector con su perro Ulisses en Leme en Río de Janeiro. Foto: Fernando Frazão/Agência Brasil

Aquella fría mañana de julio, en Mar del Plata, y a punto de entrar en la vieja librería de usados que visitaba habitualmente, si alguien me hubiera dicho que años después traduciría algunos de los más importantes libros de la escritora brasileña Clarice Lispector lo hubiera considerado un insano, un loco. En aquel entonces, hace ya más de cuarenta años, mis lecturas se concentraban fundamentalmente en los escritores de lo que se conoce el boom latinoamericano. Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes eran los preferidos. Pero durante aquella fría mañana, revisando algunos de los libros recién llegados me topé con dos que me llamaron la atención, Un aprendizaje o el libro de los placeres1 y La manzana en la oscuridad2. De aquellos dos libros, lamentablemente, solo me queda uno. Probablemente el otro se haya perdido en mis sucesivas mudanzas. De todos modos, gracias a internet consigo reconstruir algunas informaciones. Los dos libros fueron publicados por la editorial argentina Sudamericana, el primero en 1969 y el segundo en 1974.

Traducción al español de la novela de Clarice Lispector “A maçã no escuro”. Foto: Mario Cámara

El traductor de ambos es Juan García Gayo (1932-2013). Si navegamos por la web podemos encontrar un blog en el que publica algunos de sus poemas y menciona algunos de los autores que tradujo, Emily Dickinson, Stephen Spender, Edwin Muir, Fernando Pessoa y Adelia Prado. Extrañamente en ese listado no figura Clarice Lispector. Hay una segunda traductora argentina de Clarice Lispector, Haydeé Jofre Barroso, que tradujo Lazos de familia3 en 1965 y Agua viva4 en 1973. Resulta sorprendente saber que entre 1965 y 1974, en Argentina, había cuatro libros de Clarice Lispector traducidos. Y resulta aún más sorprendente saber que Clarice Lispector visitó la Feria del Libro en Buenos Aires en 1976, que se inauguró el 27 de marzo de ese año, o sea tres días después del golpe militar. Lispector caminó por las calles de Buenos Aires unos pocos días después, fue entrevistada, firmó ejemplares de sus libros y regresó a Río de Janeiro. Todavía faltará una nueva traducción antes de que Clarice se hunda en una suerte de larga noche, la que realiza, una vez más Haydée Jofre Barroso de La araña5 en 1977 esta vez para la editorial Corregidor. En el transcurso de una década se habían traducido nada menos que cuatro libros de Clarice Lispector en Argentina, anticipándose al descubrimiento hispánico que sería muy posterior. Sin embargo, Clarice estaba traducida pero no tenía mayor repercusión, no hay reseñas de sus libros, y casi no quedan huellas de aquella primera existencia.

Desde entonces y hasta 2010 Clarice pasa a ser propiedad de editoriales españolas. Y a partir de esa fecha, la agencia que posee sus derechos decide venderlos para que editoriales latinoamericanas, argentinas y mexicanas, puedan realizar sus propias traducciones, más acordes con los castellanos que se practican en Argentina y México. El fuego de Clarice vuelve a incendiar a los lectores argentinos, desde 2010 y hasta la fecha se retraduce casi toda su producción. Florencia Garramuño, Paloma Vidal, Rosario Hubert, Luz Horne, Gonzalo Aguilar y yo mismo hemos participado de esa tarea. La popularidad de Clarice entre las y los lectores argentinos no deja de sorprender. Sus libros agotan tiradas en pocas semanas y durante diciembre, cada año, se realiza un evento público, que también sucede en otras ciudades del mundo, llamado “La hora de Clarice”, al que asisten cientos de personas.6

Quizá el lector se pregunte cómo llegué a traducir a Clarice Lispector. Es una larga historia y voy a ahorrarle varios pasos. Esos primeros dos libros que compré una fría mañana de julio, La manzana en la oscuridad y Un aprendizaje o el libro de los placeres fueron una experiencia de lectura intensa. No puedo decir si me gustaron o no pero modificaron mi perspectiva sobre la literatura que venía leyendo. En su extrañeza Clarice traía libertad.

Foto: Mario Cámara

Años después, muchos años después, y ya siendo profesor en la Universidad de Buenos Aires, habiendo traducido, por ejemplo a un poeta brasileño, Paulo Leminski, por invitación de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar para la colección Vereda Brasil que ellos dirigen para la editorial Corregidor, recibo la invitación de Edgardo Russo, editor de la editorial Cuenco de Plata, de traducir no uno sino dos libros de Clarice. La pasión según GH7 y Lazos de familia. Todos los libros de Clarice son difíciles pero La pasión según GH es especialmente difícil. La historia de esa señora que descubre que su empleada doméstica ya no está viviendo con ella y que se entrega a una experiencia que pone en juego su mundo y su subjetividad a partir de la ingestión de un fragmento de cucaracha es perturbadora y lo es más cuando establecemos esa relación tan íntima con un texto que demanda una traducción. Russo estaba urgido por cumplir los plazos que le imponía el contrato firmado con la agencia que representaba la obra de Clarice. La traducción duró unas pocas semanas y la novela tuvo un total de ocho autorevisiones. Una de las decisiones que tomé, cotejando otras traducciones al castellano, por ejemplo la de Alberto Villalba, fue la sostener al máximo la cadencia hipnótica y repetitiva que se percibe en la versión original y mantener los arrebatos discursivos lindantes con lo kistch de algunas zonas del texto8. Pocos meses después emprendí la tarea de traducir Lazos de familia y a pesar de que sus cuentos parecen escritos en una prosa más diáfana que la intrincada escritura de La pasión las dificultades fueron muchas. La escritura de Clarice es traicionera para cualquier traductor. Tuve innumerables discusiones con el editor Edgardo Russo y una en particular sobre la palabra cadela que figura en el cuento “Devaneo y embriaguez de una muchacha”. La oración en portugués era: “Então a grosseria explodiu-lhe em súbito amor; cadela, disse a rir”. La palabra cadela en portugués es “perra” pero también en un sentido figurado puede significar “puta”. En el castellano rioplatense se fue imponiendo un sentido semejante, “perra” podía significa “puta”. Em abos casos, en un sentido figurado, metafórico. La decisión que tomamos en conjunto fue utilizar la palabra “putita”, “Entonces la grosería le explotó en súbito amor; putita, dijo riéndose”. Utilizar la palabra “putita”, así en diminutivo, convenía más al juego de seducción que venía llevando adelante la protagonista de la historia. Pensé que esa sería mi última traducción de Clarice, pero en 2020 y en plena pandemia traduje Agua viva. El desafío fue importante no solo por el texto de Clarice, difícil, enrevesado, desestructurado y bello, sino por la excelente traducción que había realizado Florencia Garramuño hacía apenas unos pocos años. Opté por no leerla sino hasta haber completado mi propia traducción. Entregué el texto casi al mismo tiempo que Argentina experimentaba la mayor cantidad de contagios por COVID del año y conversé del libro por un live de Instagram al que costó conectarme. Durante esos días no pude dejar de recordar los anaqueles polvorientos de esa vieja librería de usados, del misterio por el cual me dejé seducir por Clarice. Tuve ganas de volver pero la librería ya no existía y además casi no se podía salir por la cuarentena.

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© Claudia Bacci

Mario Cámara, nació en Mar del Plata en 1969, donde vivió hasta los veinte años. Es Investigador en CONICET, profesor de Literatura Brasileña en la Universidad de Buenos Aires y de Teoría Literaria en la Universidad Nacional de las Artes. Ha traducido del portugués a Paulo Leminski, Luiz Ruffato, Silviano Santiago, Marilia García, Clarice Lispector, Ferreira Gullar, Glauco Mattoso y Fernando Pessoa.

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