Un puerto en constante cambio
Hasta el día de hoy, Buenos Aires es un imán para personas de todo el mundo. En otrora, el Hotel de Inmigrantes acogió a miles de llegados en barco de cada esquina del planeta brindándoles alojamiento, comida y ofertas de trabajo. Desde 2012 este lugar es sede del Museo Nacional de la Inmigración Argentina. Hoy en día, la mayoría de los visitantes llegan a Buenos Aires directamente al Aeropuerto Internacional de Ezeiza o a la Estación Central de Autobuses de Retiro. Sin embargo, el espíritu de un puerto no puede ser exorcizado de la ciudad. Es así como la confluencia, a veces casi incontrolable, de personas de distintos países y el intercambio de nuevos bienes o ideas, están intimamente ligados con la técnica cultural de la traducción.
Los primeros textos que se tradujeron al español en el Río de la Plata fueron tratados libertarios y escritos filosóficos. De este modo, como relata Jorge Fondebrider en su artículo, la generación fundadora de Argentina se dotó de herramientas para fundamentar teóricamente su secesión de España entre 1810 y 1817. Los primeros presidentes del país tuvieron una vena musical, uno de ellos incluso tradujo a Dante. Desde que Argentina se dotó de una constitución muy liberal en 1853, los primeros inmigrantes no tardaron en llegar, trayendo consigo su cultura y su lengua.
En el siglo XX, la conciencia de independencia cultural creció en la antigua ciudad colonial. Los textos literarios de otros países ya no tuvieron que dar la vuelta por España, sino que se tradujeron directamente en Argentina. Así lo demostraron los editores de la revista SUR, quienes seguros de si mismos, buscaron por el mundo la literatura contemporánea y la publicaron en versiones argentinas.
En la actualidad, Buenos Aires es una ciudad con una cultura de la traducción muy viva. La mayoría de las editoriales publican traducciones. En el Festival Internacional de Literatura (FILBA) y en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires se reflexiona sobre la traducción en mesas redondas y talleres. Existe una cooperación constante con la casa de traductores suiza Looren y el Goethe Institut de la capital argentina abre sus puertas para los eventos periódicos del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Los institutos culturales de Italia, Francia, España y Japón también promueven la traducción literaria. Desde 1904 hasta nuestros días, existe además una escuela superior que forma a profesores de lenguas extranjeras y traductores.
Sin embargo, en Buenos Aires no sólo se traduce copiosamente, sino que también se reflexiona, se habla y a veces se discute sobre la traducción. Por ello, invitamos a los traductores a intercambiar opiniones sobre su trabajo en tres conversaciones en directo –sin público debido a la pandemia– y una videoconferencia: ¿A qué español se traduce realmente? ¿Es el español que se habla localmente, el español de España, o un español latinoamericano supuestamente neutro? ¿Quién decide qué libros se traducen: las editoras internacionales, el mercado, las lectoras o los traductores? ¿Hasta qué punto es importante respetar la forma al pie de la letra a la hora de reescribir la poesía? o trata la poesía en realidad de algo totalmente distinto? ¿Cómo se traduce de una lengua tan cercana como el portugués, que se habla en el vecino, Brasil? ¿Y cómo un legado cultural, como el de los inmigrantes judíos, se inscribe en la literatura argentina hasta el día de hoy?
Visitamos también a los traductores que trabajan y, en su mayoría, viven en sus lugares de trabajo. La fotógrafa Guadalupe Gaona se acercó cuidadosamente a su reino, sacando a la luz detalles que seguramente habríamos pasado por alto: El control remoto en el sillón, un colchón de aire transparente en la pileta o un austero banco de piedra en un jardín. Nos enteramos de que Jorge Fondebrider no tiene una Torre Eiffel de recuerdo en su escritorio, pero que Inés Garland se inspira en una pintura muy especial para su obra. Y también supimos por qué Márgara Averbach tiene la radio encendida todo el tiempo.
Además, invitamos a traductores y autoras (en su mayoría con doble función) para que nos enseñen la ciudad. En los paseos, nos llevan a lugares significativos para la literatura y la traducción, donde se mantiene y se reflexiona sobre el legado cultural de los inmigrantes de diferentes países. Por ejemplo, Anna Kazumi Stahl nos cuenta de la conexión entre las comunidades japonesa y alemana en Buenos Aires. Tamara Tenenbaum nos explica por qué el barrio de Once, que sigue siendo marcado por una significativa presencia judía hoy en día, resiste con éxito la gentrificación. Alejandro Crotto nos lleva al interior de lo que fue el edificio más alto de Sudamérica, un palacio cuyo plano sigue la Divina Comedia, y Ariel Dilon, por su parte, rastrea un amor no correspondido de Borges: Nada menos que la traductora argentina de La búsqueda del tiempo perdido.
Y no por último, Carla Imbrogno habla con Jaime Arrambide sobre un tipo especial de traducción: la de textos para la escena (enlace interno). El dramaturgo explica por qué una traducción en el teatro pertenece a su autor sólo por muy poco tiempo.
Pero traductoras y traductores de Buenos Aires son a su vez exploradores, correctoras de textos y a veces incluso editores en una misma persona. Ellos no sólo tantean el terreno en Europa y Estados Unidos, también lo hacen en Brasil, por el que han generado un interés en su producción literaria, que no ha dejado de crecer en la última década. Florencia Garramuño, Mario Cámara y Barbara Belloc nos cuentan lo que despertó su pasión por la literatura brasileña y por autores como Clarice Lispector, Ana Cristina César y Gracilano Ramos, y cómo acabaron convirtiéndose en traductores, lo que reflejan a su vez en ensayos muy personales.
Ya para terminar, la traductora y escritora germano-francesa Odile Kennel describe cómo reescribió sonetos redactados en portuñol y lo que aprendió en el proceso de traducción de lenguas mixtas.
Todas estas contribuciones expresan un gran amor por la literatura en otros idiomas. La apertura a lo extranjero sigue siendo una característica vigente en Buenos Aires y convierte a la metrópoli del Río de la Plata en una verdadera ciudad de la traducción, un lugar que se nutre de lo extranjero, lo adapta y, en última instancia, lo hace suyo. Como nos lo recuerda Florencia Garramuño: para entender los efectos de estos procesos de traducción es relevante ser conscientes que traducir un libro significa siempre traducir toda una literatura y así hacer accesibles las ideas y expresiones de otra cultura a la propia.
De igual manera, la traducción ha tenido y sigue teniendo un impacto en sentido inverso en la literatura de la lengua de origen. Lo que se tradujo y se traduce en Buenos Aires también es importante para los debates literarios en Bogotá y Barcelona. Y para retornar a la imagen del puerto, la ciudad no es sólo un sitio de llegada, de recepción, es también un lugar consciente de salida, de carga y envío de nuevas mercancías e ideas.