Journale Un viaje de traducción.

TRADUCIR EL HUMOR

Por Sinéad Crowe, Traducción de Martina Fernández Polcuch y María Tellechea


Como ya fuera mencionado, lo que me resultó más atractivo y fascinante de Töchter fue la gracia y el humor. Tenía la esperanza de poder mostrar con mi traducción que la literatura alemana no siempre tiene que ser densa y seria. Pero todas esas escenas y alusiones graciosas también me ponían bastante nerviosa. Traducir el humor es una de las tareas más difíciles que existen, y cuando no sale bien, es un papelón. El teórico de la traducción Jeroen Vandaele lo describe así: “La dimensión humorística se evidencia en reacciones físicas: risa, sonrisa, estado de excitación.” De ahí que “los errores de traducción salten a la vista de manera directa: si nadie se ríe, el traductor no cumplió con su tarea.” Cuando tengo un mal día, a veces me imagino que mi traducción es un actor de stand-up que lanza chistes baratos ante un público atónito.

Antes de empezar a traducir releí el libro para prestar mayor atención a los posibles desafíos para la traducción. Mi preocupación fue creciendo a medida que reconocía hasta qué punto el humor de Töchter radicaba en juegos de palabras, neologismos o en el contexto específicamente alemán. Hay chistes sobre la fijación de precios en Airbnb en el barrio de Kreuzberg o de la manera de vestirse de lxs habitantes del barrio de Marzahn; además hay infinitas descripciones humorísticas de la vida cotidiana en Alemania, por ejemplo, sobre la cadena de tiendas Karstadt, el bar de la esquina o la moderadora televisiva Sandra Maischberger. Incluso las partes de la novela que transcurren en Italia o Grecia extraen su humor del hecho de que se burlan de la romantización del sur que se dio en la Alemania de posguerra, tal como se la conoce de las baladas populares (como esta o esta). Temí que una gran parte del humor no fuera evidente para lxs angloparlantes. ¿Tenía sentido confeccionar un glosario para explicar los juegos de palabras? No, decidí que no funcionaría. Todo el mundo sabe que la explicación mata al chiste. Pero tampoco quería sustituir las bromas de Lucy por equivalentes de la cultura inglesa. La idea era que el libro no perdiera su color local alemán.

Betty misma dice en una parte que cuando tenemos por delante un camino difícil, lo que hay que decir es: “¿Vamos yendo?” Así que me puse en marcha con la esperanza de vencer con éxito las vallas en el transcurso del viaje. Una vez que empecé a traducir, comprobé que los personajes de Lucy y sus voces son tan fuertes y auténticos que las especificidades culturales ya no parecían esenciales para transmitir el humor.

La novela, por ejemplo, empieza con una escena que ilustra con gran vitalidad a Betty con su actitud cínica ante la vida –su costumbre de buscar siempre el pelo en la sopa– durante su visita al Panteón. En lugar de disfrutar de la magnífica arquitectura está obsesionada con el resto de los turistas (“cientos de seres envilecidos”, dice), que tienen la vista clavada en un globo rosa de Victoria’s Secret (“una publicidad blasfema de ropa interior”) suspendido bajo el techo de la cúpula. Muchas escenas de la novela funcionan precisamente en esa intersección entre lo serio y lo absurdo, el bathos, que es gracioso en cualquier idioma. Entonces, hasta que llegué al pasaje del libro en el que se menciona a Sandra Maischberger había olvidado por completo lo nerviosa que me ponía el asunto del humor. No era necesario incorporar aclaraciones o recurrir a adaptaciones para lectorxs de habla inglesa, porque el chiste funciona también sin que se sepa quién es Sandra Maischberger. El humor radica en la escena misma: cuando el trío llega al Lago Maggiore, Kurt –quien quiere poner fin a su vida al día siguiente– solo quiere hacer una cosa: quedarse en el hotelucho viendo la tele. Lo que frustra por completo a su hija Martha, quien quisiera brindar a su padre una suerte de último momento mágico en su vida.

Por más hermoso que sea el Lago Maggiore, lo que Kurt quiere es ver la tele. Foto: Alessandro Vecchi.

Traducir los diálogos inteligentes y graciosos de estos personajes intensos me produjo un placer especial. Sobre todo, las conversaciones entre Betty –la cínica– y Martha –que siempre está tensionada y tiene un temor casi patológico a perder el control– son maravillosas; cuando, por ejemplo, Betty llama a Martha “Linksheulerin” [lloradora zurda] (un neologismo que traduje como “left-eyed-bawler” [lloradora de ojo izquierdo]). Además, es sumamente placentero traducir esos diálogos porque Martha y Betty hablan como mujeres auténticas. Su infinita capacidad de volver a ponerse de pie, de no perder el humor, sin que importe cuántas piedras les ponga la vida en el camino, me recuerda a muchxs amigxs queridxs que viven desparramadxs por el mundo. Cuando al fin encontré la voz de las dos, vi con claridad que el tono y el ritmo del lenguaje contribuyen en gran parte al humor del texto. Cualquier humorista lo podrá confirmar: la performance lo es todo. Tengo la sensación de que los rápidos intercambios de palabras son graciosos también si no se tiene tanta familiaridad con el contexto cultural. Por ejemplo, en la siguiente escena:

«Was soll das eigentlich werden?», fragte ich. «Thelma und Louise?»

«Die waren jung, sexy und unterdrückt», sagte Martha. «Guck uns an, wir sind nicht mal unterdrückt.»

«Tschick?», probierte ich weiter.

«Das waren Jungs. Wir sind Frauen kurz vor den Wechseljahren. Ich hoffe, das willst du nicht vergleichen.»

(Töchter, p. 88)

‘So what are we going for here?’ I asked. ‘Thelma and Louise?’

‘They were young, sexy and downtrodden,’ Martha said. ‘Look at us, we’re not even downtrodden.’

I tried again. ‘Why We Took the Car?’

‘They were teenage boys. We’re premenopausal women. I don’t quite see the comparison.’

(Daughters, p.76)

En la versión castellana suena así:

—¿Qué se supone que va a ser esto? —pregunté—. ¿Thel­ma y Louise?

—Ellas eran jóvenes, sexies y estaban oprimidas —dijo Martha—. Miranos un poquito, ni siquiera estamos opri­midas.

—¿Goodbye Berlín? —continué probando.

—Esos eran pibes. Nosotras somos dos mujeres poco an­tes de la menopausia. Espero que no quieras hacer una com­paración.

(Hijas, p. 81)

La referencia a la película Thelma y Louise  seguramente le resulte conocida y evidente a cualquier∙a lector∙a angloparlante.

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La alusión a Tschick, en cambio, no es tan sencilla. El multipremiado libro para jóvenes de Wolfgang Herrndorf, un escritor magnífico ya fallecido, fue un bestseller en Alemania, luego se hizo la película y hoy en día se lo considera un clásico de la literatura alemana del road trip. En 2014 fue traducido por Tim Mohr al inglés y publicado con el título Why we took the car, pero la repercusión del libro en el ámbito angloparlante no es comparable con el efecto que tuvo en Alemania. De ahí que la mención del título no logre despertar asociaciones similares a las que pueda despertar en lxs lectorxs alemanxs. Nuevamente decidí no adaptar la referencia para lectores y lectoras fuera del ámbito alemán. Creo que el humor funciona también así, porque se funda en la rápida respuesta de Martha, nuevamente en la zona del bathos: lo trágico y lo cómico en una sola frase.

Mientras traducía los diálogos de Betty y de Martha y las situaciones casi propias del slapstick a las que van a parar una y otra vez, me venían a la mente los clásicos dúos de comedia, como el Gordo y el Flaco, Patsy y Edina de Absolutely Fabulous o Vladimir y Estragon de Beckett. (De paso, ¿soy la única que percibe en el “¿vamos yendo?” de los personajes de Lucy algo de los desamparos existenciales de Esperando a Godot?) El humor negro con el que la novela relata las luchas internas de las protagonistas, los padres que envejecen, los callejones sin salida en lo profesional, los relojes biológicos, las decepciones en las relaciones y la falta de dignidad de la vejez, tiene algo sumamente atemporal. Aunque muchas alusiones se refieran especialmente a Alemania, el humor como tal y el modo en que trata temas de validez general, no deja de ser universal.

Aunque me cuestioné mucho la posibilidad de hacer reír con mi traducción a lectorxs angloparlantes, confío haber acertado en la tristeza, la nostalgia y la esperanza que entraña la historia. A esta altura he leído la novela una infinidad de veces, y así y todo hay escenas en las que me saltan las lágrimas... y no solo del ojo izquierdo, sino de los dos. Töchter es mucho más que una mera acumulación de chistes sombríos. En el fondo es una historia conmovedora acerca de la pérdida, la familia y los beneficios de emborracharse con una vieja amiga. Espero que estos temas también se ganen sus lectorxs fuera de Alemania.

Más sobre los desafíos que tuvieron Sinéad, Isabelle y María al traducir aspectos específicos de la cultura alemana en la estación MARZAHN

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