Journale Un viaje de traducción.

EL UNO ES MÁS UNIVERSAL DE LO QUE UNA CREE

Por María Tellechea


Traducir una obra literaria escrita en primera persona con la voz de una narradora (y no un narrador) me puso en un dilema inesperado. En los párrafos que siguen, intentaré abordar lo que para mí constituyó el problema principal: las GENERALIZACIONES.

La novela Töchter tiene una narradora en primera persona. Es decir, ese Yo es un sujeto enunciador femenino. Esto, en principio, pareciera no ser un problema, ya que en castellano cualquier artículo, adjetivo o sustantivo estará declinado en femenino si identificamos que el sujeto de la enunciación es una mujer. Ahora, ¿qué pasa cuando esa narradora emite enunciados pretendidamente universales que aplican a todas las personas pero sobre todo a ella misma? Es decir, cuando hace lo que denominamos una generalización que se refiere principal y aparentemente a lo que nos sucede a todos los seres humanos aunque, en el fondo, a lo que le sucede a ella. Veamos primero qué opciones lingüísticas tiene una como traductora a la hora de dar cuenta de esas generalizaciones.

Si hablamos en abstracto o basándonos en teorías de traducción comparada, la traducción de enunciados con el pronombre personal (para el “uso impersonal”) man ofrece en castellano más de una alternativa. Man es un pronombre personal de la tercera persona del singular, suena igual al sustantivo “Mann” [hombre] –algo que desde ya no es casual, si no fuera así, no nos estaríamos ocupando de este problema– pero se escribe diferente, y se utiliza en oraciones de carácter activo pero impersonal para hacer generalizaciones, esto es, para expresar acciones en las que el sujeto que las realiza no es uno en concreto sino todos al mismo tiempo. Cualquier artículo, adjetivo o sustantivo que acompañe al pronombre man (en adelante, “referentes”) irá por regla gramatical en masculino. Teniendo esto en cuenta, podríamos decir que en castellano se correspondería con el pronombre personal uno (aunque también podría utilizarse el denominado “se impersonal” para traducirlo), es decir, con un sujeto general como “la gente/las personas”, con sus formas de especificación o negación “alguien/nadie”1 y sus respectivos referentes como (a/para) “sí mismo”, adjetivos declinados en masculino, pronombres personales, etc. Claro que no es casual que ambas lenguas declinen sus respectivos recursos de expresión de lo general en masculino. Al menos en alemán y en castellano, el “universal” siempre está en masculino. Una de las posibilidades más viables y acordes de traducción de los enunciados con man en castellano para evitar el uno es la segunda persona del singular.2 Más adelante mostraré por qué esta opción se vio restringida en la traducción de Töchter.

Dado que este no tiene la intención de ser un estudio comparado de traducción alemán - castellano ni mucho menos un escrito con pretensiones académicas, me remitiré exclusivamente a este caso concreto de traducción, que fue además el que me llevó de manera indefectible a reflexionar sobre este asunto y, por supuesto, a tomar una decisión global para la traducción de la novela.

La narradora en primera persona de Töchter, Betty, interactúa y dialoga con el resto de los personajes, pero también inserta constantemente reflexiones y pensamientos que dan cuenta de vivencias personales pero también generales. Algunas veces, estas generalizaciones competen más bien a “las mujeres” o generaciones de mujeres, porque aparecen en el contexto de una reflexión personal, es decir, de lo que le sucede a la narradora en carne propia y en su caso particular. Pero otras veces estas reflexiones son relativas a todos los seres humanos –entre los cuales indefectiblemente están incluidas las mujeres–, sin distinción de grupos por género. Entonces, ¿cómo diferenciar unas de otras? Y si lograse identificarlas de manera unívoca, ¿sería válido alternar el uso del pronombre uno y una y sus referentes?; en ese caso, ¿respetaría la coherencia interna del texto y la voz de la narradora si así lo hiciera? Además, ¿qué le pasaría a lxs lectorxs3 con esta alternancia? Y si decidiese usar solo el una para “ser fiel” a la voz femenina de la narradora, ¿estaría “respetando” el original, tanto su letra (las formas lingüísticas elegidas siempre hacen uso del man y sus correspondientes referentes en masculino) como su sentido (como ya expresé, las generalizaciones incluyen a todxs además de a la propia narradora)?

El gran dilema saltó a la vista o más bien se volvió insoslayable cuando me encontré con el siguiente párrafo:

Mit jemandem zu reden, der einen längst verlassen hatte, war etwas, das man nur für sich tat. Ob es sich dabei um eine Trennung oder den Tod handelte, war fast egal, man sprach sowieso nur noch zu sich selbst. Der Verlassene wollte immer reden. Leider war er in der Regel damit allein.

Cuando le consulté a Lucy si ella estaría de acuerdo en que yo tradujera todo este párrafo en femenino, me contestó que sí, que me daba vía libre para decidir qué hacer, que de hecho esa había sido su idea original pero que luego se dejó convencer de no hacerlo. Sin embargo, cuando le consulté por el resto de las oraciones formadas con man que, a mi juicio, constituían el mismo dilema interpretativo me dijo que prefería que yo dejara un género “no marcado”, me pidió que diera cuenta de que eran generalizaciones que debían incluir a todxs. Para ella, el resto de esas oraciones expresadas con man no eran percibidas como “marcadas”4 , a pesar de que la narradora que las usaba era mujer y –como puede verse en el pasaje referido y en muchos otros– principalmente hablaba de sí misma ya que el tema de ser o haber sido abandonada recorre toda la novela.

Como mencioné anteriormente, uno de los recursos para traducir el man es la segunda persona del singular. No siempre funciona, pero cuando se trata de generalizaciones que hablan de sentimientos y vivencias humanas suele ser una opción viable y usual. Pero este recurso se vio limitado cuando a mitad de la novela la narradora comenzó a hablarle a otro personaje de forma directa, es decir, cuando esa segunda persona del singular se convirtió en un personaje y dejó de ser “todas las personas”.5

Entonces, si tradujera todos los términos marcados en femenino, podríamos decir que, por un lado, estaría restringiendo o acotando este enunciado solo al universo femenino, y por el otro lado estaría priorizando mi propia percepción e interpretación del texto al sostener que la narradora habla sobre todo de sí misma y de las mujeres que son abandonadas. ¿Qué hacer con estas decisiones a lo largo de todo el texto? ¿Si lo marco acá en femenino, tengo que hacerlo en todos los casos? ¿Uso algún otro recurso no marcado pero más impersonal, más “objetivo”, como el “se impersonal”?

Gracias a este particular caso de traducción pude darme cuenta de que –al menos en mi percepción de este tipo de enunciados– las generalizaciones expresadas con uno (y ahora sí solo voy a hablar del castellano, es la única lengua sobre la que podría afirmar con certeza cuestiones relacionadas con la percepción lingüística) son las más personales de todas las formas impersonales/universales de generalizar. Me percaté de que no es lo mismo decir “cuando a uno le pasa tal cosa” que “cuando te pasa tal cosa” que tampoco “cuando a alguien le pasa tal cosa” o “cuando nos pasa tal cosa”. En esta diferenciación obligada a la que me llevó la traducción de la novela pude comprender (¿o sentir?) que los enunciados expresados con uno tienen algo personal y general a la vez. Tal vez esta percepción esté relacionada con el hecho de que el pronombre uno deriva del artículo “un”, “un individuo”, “una persona individual”. De modo que si deseaba conservar el carácter personal (¿humano?) de dichas generalizaciones y a su vez contaba con un recurso menos para la traducción de muchos fragmentos debía decidirme por aquella opción. Aun a costa de que la lectora mujer que se ve identificada con la narradora pudiera no sentirse particularmente incluida.

Entonces, como yo soy la traductora del texto y no la creadora originaria (aunque sí de la primera versión en castellano), para tomar una decisión que respetara la coherencia en todo el texto, opté por apoyarme en dos cuestiones: 1) La autora podría haber utilizado otras estructuras para generalizar (¿podría? No lo sé, esta será en todo caso una cuestión que podrían tratar los campos de la filología y filosofía del lenguaje), pero eligió no hacerlo y, además, cuando consulté con ella ciertos pasajes que yo quería traducir en femenino me pidió que no lo hiciera, que prefería que todxs se sintieran incluidos en ellos. 2) Al leer novelas contemporáneas escritas por mujeres originalmente en castellano y que utilizan una narradora en primera persona, noté (me costó mucho encontrar los pasajes en los que se usaba el uno, porque yo misma estaba tan metida en la historia que como lectora no me llamaron la atención a primera vista) que todas ellas, entre unas cinco novelas, no solo siempre usaban el uno y sus referentes en masculino, sino que también lo hacían cuando –se podría decir– hablaban prácticamente solo de sí mismas.6

Y en definitiva al hacer la revisión final de la novela, reconfirmé algo obvio y que lxs traductorxs no nos cansamos nunca de repetir: el contexto es todo. Hubo varias generalizaciones en las que pude conservar el uso de la segunda persona del singular, porque no estaban “cerca” de esa otra segunda persona que aparece como personaje y, además, porque por su contenido no dejaban lugar a la confusión, y otras en las que si bien usé siempre el uno (en detrimento del una) traté de evitar su repetición innecesaria y de formular sus referentes de tal modo que no primaran las declinaciones en masculino.

Entonces, retomando la cuestión inicial y para concluir, si la narradora no hubiera sido un personaje femenino, ¿me habría hecho todas estas preguntas acerca del uso del uno? ¿Habría representado un problema de traducción y un verdadero conflicto interno propio en el que se ponían en juego mi ejercicio del feminismo y mi afán de contribuir a modificar el statu quo dominado por “lo masculino”? Especulando con esa posibilidad (que nunca tuve o no supe aprovechar en esa dirección), diría que seguramente no. Cuando el sujeto enunciador es masculino y realiza una generalización hablando de sí mismo pero también de todxs, no genera un problema. Y me pregunto por qué. La respuesta puede ser tan evidente como lamentable: porque nacemos, vivimos, concebimos y creamos en un sistema patriarcal que también encuentra expresión en la lengua (tanto a nivel lingüístico y gramatical como denotativo y de contenido) y para dar cuenta de ese supuesto sujeto universal que siente, piensa o experimenta tal o cual cosa, por una razón nada casual siempre lo hacemos con la marca del masculino.

Dicen que traducir un libro es una forma única y quizá la más profunda de leerlo, se trata tal vez de desnudar todas sus capas y niveles, desde el más “objetivo”, ocupado por la estructura lingüística, la puntuación, la sonoridad, incluso su estructura interna, hasta el del “sentido”, el “mensaje”, el contenido, que se supone es el aspecto más subjetivo y por tanto más vulnerable a la interpretación de su lectorx-traductorx. No me caben dudas de que al traducir esta obra tuve que desandar una serie de paradigmas para luego volver por el mismo camino. Sin embargo, en ese tránsito indefectiblemente vertí algo de mí misma y, gracias a una suerte de interacción, la obra hizo lo mismo conmigo. Porque después de una traducción como esta una ya no es la misma.

A la siguiente estación

Fußnoten
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