Journale Un viaje de traducción.

TRADUCTORAS ON THE ROAD

Por Sinéad Crowe, Isabelle Liber y María Tellechea. Traducción de Martina Fernández Polcuch y María Tellechea.


El placer que experimentan las protagonistas de la novela de Lucy Fricke en su viaje nos inspiró para comparar nuestro trabajo de traductoras con el acto de viajar. No emprendimos nuestras expediciones de manera sincrónica –el viaje de Sinéad está llegando a su fin, María se encuentra en la recta final e Isabelle apenas comienza a explorar la región–, pero gracias a este Diario fue como si viajáramos juntas o, al menos, nos enviáramos postales con regularidad.

Podría haber sido algo así, por ejemplo:

Postales creadas a partir de fotos de Lucy Fricke y Justus Menke

En una de las postales, Isabelle podría haber escrito:

“Queridas:

¡Qué calor! ¡Y encima, este maldito auto, que no va por donde se le pide que vaya! Espero que ustedes tengan menos problemas con el acompañante que yo...

¡Manejen rápido, pero con cuidado!

Cariños

Isabelle”

¿Qué es lo que está pasando? No es que la traductora hubiera levantado por el camino a alguien que estaba haciendo dedo, no: se trata, por supuesto, de problemas de traducción.

En la novela, una gran parte del trayecto de Hanóver a Bellegra, pasando por Lindau y Lago Maggiore, se recorre en auto, pero no en cualquier auto: es el auto de Kurt, el padre de Martha, y para él es mucho más que un simple auto. Algo que puede verse en la siguiente descripción que hace Martha de la estrecha relación que tiene su padre con el vehículo en cuestión:

— Quiere ir sí o sí con su Golf. Ya sabés: recuerdos, sen­timentalismos, los lugares a los que fue con ese auto, toda la gente que llevó. Es su compañero. Cada tantas sema­nas caminaba hasta el auto, se sentaba adentro y se tomaba una cerveza con él. Así que si vamos hasta allá en auto tiene que ser con el suyo.

(p. 25)

Más tarde, cuando ya están viajando, el asunto se vuelve más evidente aún: el auto de Kurt necesita aceite y Kurt, en ese mismo instante, una cerveza. Algo que saca a Martha de sus casillas:

— Al auto sí que lo educó bien —dijo puteando—. Siem­pre chupamos juntos. ¡Pero por favor! ¡Un auto! Esa idiotez del compañero. Nadie debería tener un auto de mejor amigo.

(p. 43)

Así, el padre y el auto son verdaderos compañeros que se juntan a “chupar”. El problema de Isabelle es el siguiente: en francés, “el auto” es femenino: la voiture. Si Kurt, de golpe, ya no sale a tomar algo con su “compañero” Golf, sino con una “señorita” Golf, la imagen cambia por completo. En la traducción francesa, entonces, dándole vueltas y más vueltas al auto, finalmente se impuso la expresión le tacot: uno de los pocos sinónimos en francés para auto (destartalado) que tiene un acompañante masculino.

Y así, la respuesta de Sinéad podría haber sido:

“Hola Isabelle, hi María:

Ay sí, yo con mi auto tuve un problema similar... Después de luchar un buen rato me decidí por una solución que aún no tengo en claro si pasa la verificación vehicular. Pero a veces hay que llegar a un arreglo para que el viaje pueda continuar, ¿no?

¡Bissous!

Sinéad”

En inglés, los sustantivos no tienen género gramatical. Pero el problema de Sinéad es que, en contextos informales, es común referirse a los vehículos, los barcos etc. con pronombres femeninos (¡en particular, por parte de hombres mayores!). Pero en el libro es muy importante que un viejo machirulo como Kurt vea a su Golf como un amigo y no como una novia. Así que Sinéad decide hacer que Kurt utilice los pronombres “he” y “him” cuando habla del auto. Es cierto que es poco usual usar pronombres masculinos para un coche, pero ojalá no sea demasiado extremo. Al fin y al cabo, Martha misma dice que no es normal tener un auto como mejor amigo.

¿Y que podría decir María al respecto?

“¡Hola, chicas!

¡Ya veo que el auto de ustedes hace unos ruidos tremendos! El mío, en cambio, anda sobre ruedas, y no me detengo nunca...

¡Vamos que llegamos!

Cariños, María”

Para María, no es un problema de traducción usar formas masculinas para referirse a un auto, porque “auto” en castellano es un sustantivo masculino y, además, también se lo asocia con características masculinas, como si el auto fuera casi una prolongación del ego de los hombres o incluso una parte de sí mismos. El verdadero “macho latino” se ocupa de su auto con tanta ternura como de su madre. Lo que sí entrañó cierto grado de dificultad fueron las muchas maneras de referirse a la marcha del auto, a los ruidos que hace al andar, porque en castellano no parece haber tantos sinónimos o formas sintéticas para reproducirlos. Por lo que verbos como rauschen, wuseln, (durch)brettern, runterdüsen, flitzen, quietschen, holpern o scheppern implican más de un desafío para la traductora al castellano.

Como traductor∙a, entonces, a veces hay que poder recurrir a una rueda de auxilio, tomar la curva o detenerse un instante... lo importante es que después de un desperfecto técnico nadie se quede varado en la ruta, ¡y que siga el viaje!

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