Inger Maria-Mahlke: Archipiélago
Traducción del alemán de José Aníbal Campos
Fragmentos en versión bilingüe

2015

SAN BORONDÓN

Im Kreis der schönen Künste

Es ist der 9. Juli 2015, vierzehn Uhr und zwei, drei kleinliche Mi­nuten, in La Laguna, der alten Hauptstadt des Archipels, beträgt die Lufttemperatur 29,1 Grad, um siebzehn Uhr siebenundzwan­zig wird sie mit 31,3 Grad ihr Tagesmaximum erreichen. Der Himmel ist klar, wolkenlos und so hellblau, dass er auch weiß sein könnte.

Der Besuch der Ausstellung ist Anas Idee. Felipe hat nur ein gewilligt, weil er seine Ruhe haben will, Rosa hat nur eingewilligt, weil sie ihre Ruhe will. Zwei Wochen ist das her, Ana hat am Tre­sen gesessen, gefrühstückt, die Post vom Nichtsowichtig ­Stapel geöffnet, die beiden anderen sind zufällig in der Küche. Rosa, weil sie nicht genug süße Kondensmilch in ihren Kaffee getan hat, und Felipe, weil er eine Schere sucht. Wofür, will er nicht sagen.

Ana nimmt einen Umschlag, liest laut:

«80 Jahre surrealistische Konferenz von Santa Cruz.»

Rosa beobachtet die Öffnung der Milchflasche, an der sich ein zäher, nur langsam dicker wer­dender weißlicher Tropfen sammelt, aber nicht fällt. Felipe schließt die Besteckschublade so, dass alles aneinanderstößt und ­ klirrt und es danach sehr still ist und er zu Ana hinüberblickt, nachsehen, ob sie wütend wird. Ana spießt ein Stück Papaya auf, steckt es in den Mund, zieht die Karte aus dem Umschlag, liest erneut:

«80 Jahre surrealistische Konferenz von Santa Cruz ... Lasst uns da hingehen», sagt sie.

Felipe zieht stumm die nächste Schublade auf, Rosa schüttelt die Flasche, damit die Kondensmilch endlich herausrinnt und sie in ihr Zimmer zur zehnten Staffel Survivor, fünfte oder sechste Folge, zurückkann. Jeff Probst, der Moderator, hat gerade den Rettungshubschrauber gerufen, ein Teilnehmer hat sich beim Wettkampf – wer stößt den anderen zuerst von einem schmalen Steg ins Wasser – an der Schulter verletzt.

Ana liest weiter:

«1935 besuchte der berühmte Surrealist An­dré Breton», sieht zu Rosa hin über, unsicher, ob sie den Namen richtig ausgesprochen hat. Für Kunst ist Felipe zuständig, ich habe Verwaltungswissenschaften studiert, leitet Ana ihre selte­nen Äußerungen zu dem Thema ein, und falls die beiden glauben, sie würde nicht bemerken, welche Blicke sie einander zuwerfen, wenn Ana erwähnt, sie habe irgendetwas schön gefunden, dann irren sie sich.

Rosa rührt in der Tasse, betrachtet den weißen, schnell schmel­zenden Hügel auf der Löffelspitze, rührt erneut, probiert den Kaf­fee, wünscht, ihre Mutter wäre endlich ruhig. Einfach rausgehen würde Diskussionen bedeuten, sie wartet, bis Ana wenigstens nicht mehr zu ihr guckt beim Lesen.

«... die Konferenz der Surrealisten im Kreis der schönen Künste in Santa Cruz de Tenerife. Zum Gedenken an dieses Ereignis ...»

Rosa stößt gegen Felipe, der vor der Spüle kniet, den Mülleimer neben sich auf den Küchenfliesen.

«Herrgott, da ist keine Schere», unterbricht Ana sich. Felipe hasst diesen Tonfall, stellt den Eimer zurück, sie haben eine Geflügelschere, da ist er sicher. Eulalia hat frei. Im Flur vor sei­nem Arbeitszimmer lösen sich die Kabel von der Wand, ein ganzes Bündel, das zum Sicherungskasten führt, die schmalen Nägel sind aus dem Mauerwerk gerutscht. In einer Werkzeugkiste hat Felipe ein Stück gummiummantelten Draht gefunden, er will ihn zurechtschneiden, die Kabel wenigstens zusammenbinden.

Es reicht mir, ich werde den Elektriker rufen, wird Ana sagen, wenn sie es entdeckt, und Felipe sich stundenlang mit ihr streiten müssen. Er richtet sich auf, lehnt sich mit dem Rücken gegen die Spüle, tut, als würde er zuhören.

«Studenten der Kunstakademie und Nachwuchskünstler haben die Klassiker des Surrealismus neu interpretiert.» Ana sieht wieder zu Rosa hinüber, die bereits an der Tür steht.

Rosa hält inne, nickt. Was soll sie sonst tun.

«Wollen wir da hin, alle gemeinsam? Rosa ist seit sechs Monaten hier, und wir haben noch nichts zusammen ...» Ana macht eine Pause, sucht das richtige Wort, «unternommen» wird es schließlich. Felipe und Rosa haben zugestimmt, eilig die Küche verlassen.

 

Inger-Maria Mahlke: Archipel. Rowohlt, 2020, S. 9-12.

2015

SAN BORONDÓN

En el Círculo de Bellas Artes

Es 9 de julio de 2015, son las dos de la tarde, pasados dos o tres mezquinos minutos, en La Laguna, antigua capital del archi­piélago. La temperatura del aire es de 29, 1 º C, pero a las cinco y veintisiete alcanzará su máximo diario con 31, 3 º C. Un cielo luminoso, sin nubes, de un azul tan claro que podría ser blanco.

La idea de visitar la exposición fue de Ana. Felipe accedió para que no lo molestasen; Rosa accedió para que no la moles­taran. De eso hace dos semanas. Ana estaba sentada frente a la encimera, desayunando. Ha abierto la correspondencia api­lada entre lo «no tan importante», y los otros dos están en la cocina de pura casualidad: Rosa, porque olvidó poner suficien­te leche condensada en el café; Felipe, porque anda buscando unas tijeras, aunque no explica para qué.

Ana coge un sobre, lee en voz alta:

—Ochenta años de surrealismo en Tenerife.

Rosa observa la abertura del envase de leche, donde una ter­ca gota de color blanquecino se va hinchando lentamente pero no cae. Felipe cierra la gaveta de los cubiertos con tal fuerza que su contenido entrechoca y tintinea, a lo que sigue un absoluto silencio; entonces mira a su mujer para ver si se enfada. Ana pincha un trozo de papaya, se lo mete en la boca, saca la tarjeta del sobre y vuelve a leer:

—Ochenta años de surrealismo en Tenerife… Vayamos a verla.

Felipe abre en silencio la gaveta siguiente, Rosa agita el envase para que la gota de leche condensada caiga de una vez, para poder regresar a su habitación y seguir viendo la décima temporada de Survivor, el quinto o el sexto episodio. Jeff Probst, el presentador, acababa de llamar al helicóptero, un participan­te se ha lesionado el hombro durante una competición en la que se lucha por arrojar primero al agua a otro desde un estre­cho embarcadero.

Ana continúa:

—En 1935, el afamado surrealista André Breton visitó… —Mira entonces a Rosa, no está segura de haber pronunciado bien el nombre. «Felipe es el experto en cuestiones de arte, yo estudié Administración de Empresas», suele decir Ana como preámbulo a sus raras intervenciones sobre el tema, y si ahora estos dos creen que ella no iba a percatarse de su intercambio de miradas cuando dice que ha encontrado algo interesante, se equivocan.

Rosa remueve el contenido de la taza, contempla cómo se disuelve rápidamente el blanco montoncito en la punta de la cuchara; remueve otra vez el café y lo prueba, deseando que su madre por fin se tranquilice. Alejarse ahora, sin más, daría pie a una discusión, de modo que espera a que Ana, al menos, deje de mirarla mientras sigue leyendo:

—… de la Exposición Internacional del Surrealismo en el Ateneo de Santa Cruz de Tenerife. Para conmemorar el acon­tecimiento…

Rosa choca con Felipe, que está arrodillado delante del fre­gadero y tiene el cubo de basura a su lado, sobre las baldosas.

—¡Dios santo, ahí no vas a encontrar ninguna tijera! —se interrumpe Ana. Felipe detesta ese tonito. Pone el cubo de basura otra vez en su sitio. Está seguro de que en casa hay unas tijeras para cortar pollo. Pero Eulalia tiene el día libre. En la pared del pa­sillo, delante de su estudio, hay un amasijo de cables sueltos, los cables que llevan hasta la caja de fusibles; los pequeños clavos se han salido de la mampostería. Felipe ha encontrado un pedazo de alambre revestido en la caja de herramientas, se propone recortarlo para atar el cablerío.

«Ya estoy harta, voy a llamar al electricista», dirá Ana si lo descubre, y Felipe tendrá que pasarse horas discutiendo con ella. Felipe se incorpora, se apoya en el fregadero y finge escu­charla.

—Estudiantes de la Escuela de Bellas Artes y algunos artis­tas jóvenes reinterpretan a los clásicos del surrealismo. —Ana vuelve a mirar a Rosa, que ya está junto a la puerta.

Rosa se detiene, asiente. ¿Qué otra cosa va a hacer?

—¿Qué les parece si vamos a verla juntos? Rosa lleva aquí seis meses y lo que se dice juntos no hemos… —Ana hace una pausa, busca la palabra adecuada—: hecho nada —acabará diciendo. Felipe y Rosa han asentido y luego han salido de la cocina a toda prisa.

 

Inger-Maria Mahlke: Archipiélago. Aus dem Deutschen von José Aníbal Campos. Vegueta Ediciones, 2022, S. 14-17.